Glifo del Fuego Nuevo, Códice Laud |
Próximamente, durante la madrugada del 19 al 20 de noviembre de 2012, se celebrará en varias partes del mundo la ceremonia del Fuego
Nuevo.
Se trata de una antigua ceremonia anawaka que se realiza cuando las Pléyades alcanzan el cenit de cielo nocturno(1). Tenía tres grados de
realización: El Fuego Nuevo anual, dedicado a la purificación física,
emocional y mental, El Fuego Nuevo secular, realizado cada 52 años
(lapso de tiempo en el cual coincidían el año sagrado y el año civil), en el que los sacerdotes aprovechaban para destruir las imágenes a
fin de evitar la idolatría y posiblemente un Fuego Nuevo milenario, celebrado cada
1040 años (lapso en el que sincronizaban los años sagrado, civil y
natural) en el que según evidencias arqueológicas, se abandonaban y
reconstruían las ciudades. Su concepto básico era la renovación. Fue una institución emblema de la cultura anawaka que se mantuvo durante todo su proceso histórico autónomo y hasta la llegada de los europeos.
En un esfuerzo de divulgación y rescate de las raíces profundas de Anawak fue reeditada en México desde el año 2007 por el Centro de Estudios de Arqueoastronomía y Calendárica Mesoamericanas y un grupo de investigadores y promotores de las culturas ancestrales y asumida por diversos grupos de tradición y personas individuales de distintas orientaciones. La iniciativa de retomar la realización de esta ceremonia tuvo un efecto multiplicador inmediato. Hoy se celebra en más de 20 países con interpretaciones que sobrepasan el objetivo inicial y que en ocasiones incluso lo desvirtúan. Sin embargo, esta multiplicación revela un fenómeno interesante pues solo puede ocurrir si responde a una necesidad de nuestra propia sociedad; en este caso, la de renovarse.
Puede resultar paradójico que una institución centrada en la destrucción de las representaciones culturales para la renovación de la cultura, la conciencia y la vida humana, haya alcanzado a realizarse durante casi 3 mil años. No lo es sin embargo, pues solo se conserva aquello que se renueva. Cualquier sistema cuyo foco está en conservarse no hace sino involucionar, disgregarse, dispersarse, y ese es justamente el dilema en que se encuentra la sociedad occidental, la cual carente de una dirección a la que orientar los esfuerzos, se vuelve sobre sí misma, y en esta autoabsorción, termina destruyéndose.
Puede resultar paradójico que una institución centrada en la destrucción de las representaciones culturales para la renovación de la cultura, la conciencia y la vida humana, haya alcanzado a realizarse durante casi 3 mil años. No lo es sin embargo, pues solo se conserva aquello que se renueva. Cualquier sistema cuyo foco está en conservarse no hace sino involucionar, disgregarse, dispersarse, y ese es justamente el dilema en que se encuentra la sociedad occidental, la cual carente de una dirección a la que orientar los esfuerzos, se vuelve sobre sí misma, y en esta autoabsorción, termina destruyéndose.
El principio de destrucción-renovación se puede entender también como muerte-renacimiento, en términos más acordes al lenguaje de los arquetipos. Este principio es esencialmente chamánico: algo debe morir para que algo nazca. Como tipificó y documentó profusamente Mircea Eliade(2), este principio se encuentra en prácticamente todas las sociedades arcaicas. Es visible fundamentalmente en los ritos de paso y en las iniciaciones de los chamanes. Sin embargo, a fuerza de haberse ido perdiendo a medida que la civilización se fue imponiendo por todo el planeta y de no existir en nuestra propia cultura, pareciera que solo ocurre en sociedades pequeñas ligadas por relaciones de parentesco, pertenencia al territorio y con mínimo desarrollo tecnológico.
En Anawak asistimos sin embargo a un fenómeno que le da a la cultura anawaka un sello distintivo: la sobrevivencia de la práctica chamánica y su inserción en la cultura. A grandes rasgos podríamos decir que el nagualismo (que es el nombre propio en Anawak de lo que los antropólogos denominan chamanismo) contribuyó a crear una imagen ideal de la cultura, la Toltequidad. El hecho mismo de que una sociedad construya una imagen ideal de acuerdo a la cosmovisión que le da base, indica que una operación de conciencia ha sido realizada. En ella la cultura no se entiende como resultado de la acumulación de conceptos y hechos materiales sino como la orientación de los esfuerzos hacia la manifestación de un estado ideal. Para ello debe cumplir varios requisitos; encontrar un marco de referencia más amplio (la cosmovisión y sus equivalentes cosmológicos son ese marco de referencia) y renovarse continuamente, pues en un universo en movimiento constante, renovarse es imprescindible para continuar existiendo.
La muerte y el renacimiento del ser humano y la sociedad, o más sencillamente, la renovación, son el núcleo básico del Fuego Nuevo. Fue la forma de convertir en institución el principio de la depuración y renovación cíclicas de la
cultura y sus símbolos. Según esta concepción, el símbolo, como
representación de una realidad inmaterial y trascendental, tiene una
vida útil limitada determinada por la entropía que impone la inercia de la cotidianidad. Los símbolos en su uso continuo tienden a
quedarse vacíos de significado; se fosilizan y dejan de expresar el
contenido y el estado de conciencia creador que les dio origen. Se
impone por tanto renovarlos. Una ganancia concreta de esta depuración era evadir la idolatría y mantener operante la cualidad simbólica de la conciencia.
El concepto mismo de renovación es ajeno a nuestra cultura de raíz judeo cristiana. La imagen de la sociedad en la que vivimos es la de una que crece ilimitadamente en una línea continua. Sabemos sin embargo (a menos que decidamos deliberadamente obviarlo) que el crecimiento ilimitado es una falacia, tanto en el más visible sentido económico como en uno social más amplio. Económicamente es fácil de reconocer: las materias primas y los recursos naturales que permiten este crecimiento no son ilimitados, lo cual ha conducido a la crisis ecológica actual. Socialmente, el desnivel en la distribución de las riquezas es también insostenible. El crecimiento de los países ricos es posible a condición de que se mantenga el estatus colonial de los paises pobres. En el ámbito de la cultura la insostenibilidad del modelo pudiera no parecer tan obvia pero también lo es. Implica el vaciamiento de los contenidos, el empobrecimiento de los símbolos y la ausencia de un ideal de realización. Es por ello que el modelo cultural más exitoso actualmente, de la mano con el modelo económico, es tan superficial que apenas parece un modelo cultural. Su única regla es el consumo, y su única ética, un pragmatismo en el que fin justifica los medios En un entorno así, la idea de la renovación es inexistente y por ello profundamente necesaria. La filosofía que el Fuego Nuevo revela resulta una enseñanza práctica y realizable que los pueblos de Anawak nos han legado y que puede enriquecer nuestra vida contemporánea.
El concepto mismo de renovación es ajeno a nuestra cultura de raíz judeo cristiana. La imagen de la sociedad en la que vivimos es la de una que crece ilimitadamente en una línea continua. Sabemos sin embargo (a menos que decidamos deliberadamente obviarlo) que el crecimiento ilimitado es una falacia, tanto en el más visible sentido económico como en uno social más amplio. Económicamente es fácil de reconocer: las materias primas y los recursos naturales que permiten este crecimiento no son ilimitados, lo cual ha conducido a la crisis ecológica actual. Socialmente, el desnivel en la distribución de las riquezas es también insostenible. El crecimiento de los países ricos es posible a condición de que se mantenga el estatus colonial de los paises pobres. En el ámbito de la cultura la insostenibilidad del modelo pudiera no parecer tan obvia pero también lo es. Implica el vaciamiento de los contenidos, el empobrecimiento de los símbolos y la ausencia de un ideal de realización. Es por ello que el modelo cultural más exitoso actualmente, de la mano con el modelo económico, es tan superficial que apenas parece un modelo cultural. Su única regla es el consumo, y su única ética, un pragmatismo en el que fin justifica los medios En un entorno así, la idea de la renovación es inexistente y por ello profundamente necesaria. La filosofía que el Fuego Nuevo revela resulta una enseñanza práctica y realizable que los pueblos de Anawak nos han legado y que puede enriquecer nuestra vida contemporánea.
En nuestro contexto actual, la actualización del Fuego Nuevo debe conservar su foco a nivel individual en la purificación, limpieza y renovación psicológica, anímica y energética de cada uno de los participantes. A nivel colectivo puede orientarse a desechar aquellos símbolos e imágenes establecidas que nos limitan, asumidas sin cuestionamiento como resultado de la educación y el adoctrinamiento social y crear otros que
tengan el potencial de movernos en una dirección de realización espiritual. Puesto que el contexto en que ha renacido el Fuego Nuevo es el del renacimiento de Anawak, los antiguos símbolos y arquetipos que la toltequidad nos legó pueden ser particularmente útiles y coherentes en ese esfuerzo.
El mensaje del Fuego Nuevo no debe ser confundido en ningún caso con una actitud de sumisión, adoración o falso misticismo. No se trata de levantar un altar a viejas o nuevas creencias, sino de purificarlas. La intención es de limpieza. Las creencias personales operan en nuestra psique de la misma manera que los símbolos en la cultura. Si les prestamos tanta atención que olvidamos que solo aluden a una realidad y no son la realidad en sí, nunca sabremos lo que ocultan. Si creemos que vivir es solo lo que ocurre cuando miramos al mundo a través de nuestros límites, nos quedamos viendo una imagen que a la larga no significa nada. Nos perdemos de la vida misma. El Fuego Nuevo es una invitación a quitar la niebla de nuestros ojos para percibir mejor y descubrir los ilimitados alcances de la conciencia. No podría haber mejor legado para el renacimiento espiritual de Anawak.
1. La guía astronómica para la ceremonia era el ascenso cenital de las Pléyades, que ocurre una vez al año. Debido al ciclo de precesión de los equinoccios, que es de 25776 años, la fecha en que las Pléyades alcanzan el cenit va variando con el tiempo. En la actualidad esto ocurre en la madrugada del 20 de noviembre. Este ajuste de una ceremonia cultural a una marca astronómica es uno de los indicadores de que muy problemanente los anawakas conocieran este ciclo.
2. Nacimiento y renacimiento: el significado de la iniciación en la cultura humana, Mircea Eliade, Editorial Kairós, 2000
2. Nacimiento y renacimiento: el significado de la iniciación en la cultura humana, Mircea Eliade, Editorial Kairós, 2000